viernes, 21 de marzo de 2014

Un cuento popular aragonés con metamorfosis






                                                  UN CUENTO POPULAR ARAGONÉS


Este cuento me lo contó mi padre, al que a su vez se lo contó seguramente mi abuelo. Pertenecían a una familia con tradición de pastores en tierras de la ribera del río Huerva,  en la cuenca media del Ebro y muy cerca de Zaragoza. Es una historia que transcurre en los montes de la Plana, antigua cadena montañosa muy erosionada y desertizada que formó  hace mucho tiempo una meseta árida y esteparia, encajonada entre los valles del Ebro y el Huerva, afluente del primero. En estas duras tierras realizaban su pastoreo trashumante mis antepasados.

 

Un día, al atardecer, iba el tío Perico de vuelta a su casa, en el pueblo de Cadrete,  tras una larga jornada de trabajo en la recolección del esparto en el monte, para ser luego utilizado en la elaboración artesanal de esteras, alfombras, albardas y otros utensilios de la casa y el campo. Estaba ya muy cansado y muerto de sed, pues hacía tiempo que se le había agotado el agua de su cantimplora y tenía ganas de llegar a casa, acompañado de su burro, cargado ya con unos pesados haces de la dura hierba esteparia. En esto, al tío Perico le pareció oír el balido de una cabra u oveja, y al doblar el recodo de un camino, que quedaba oculto por las lomas blanquecinas de la Plana, se topó con una hermosa chota o cabritilla. Gran fue la alegría del tío Perico, pues el desamparado animal, que rápidamente se le acercó, parecía sin dueño o pastor. Probablemente se habría descarriado de su rebaño a lo largo del día o del día anterior. El tío Perico pensó que para que el animalillo fuera presa de las águilas, del zorro o la loba, estaría mejor engrosando su escuálido rebaño, guardado en el humilde corral de adobe, ubicado junto a su casa. De esta forma, tras acariciar el testuz del asustado animal, se lo echó a la espalda, agarrándolo, al estilo de los pastores, de las patas que abrazaban su cuello.

 

Había ya caminado varios kilómetros nuestro espartero, muy ufano por su hallazgo y por encontrarse ya cerca del pueblo, cuando, de repente, empezó a escuchar una voz femenina y áspera, como de vieja: -¡Perico, Perico!, ¿peso mucho, fulano? Desconcertado, lo primero que hizo fue mirar en derredor, aunque no vio a ninguna mujer, ni a ser humano alguno, de cualquier sexo, edad o condición. De esta forma, empezó a sospechar ser víctima de alguna burla de amigos o conocidos, dados a guasas macabras, humoradas y chascarrillos típicos del agrio humor aragonés.  Entonces, notó que el contacto y el peso del animal había dejado de sentirse sobre sus hombros, se giró y la cabra había desaparecido sin dejar el mínimo rastro. Se había evaporado en el aire. La única explicación posible que se le vino a la cabeza al tío Perico era que fuese todo cosa de brujería, es más, que la misma cabra podría muy bien ser una bruja transformada, o incluso, peor aún, el mismísimo satanás que habría querido burlarse de él. Se santiguó dos o tres veces y siguió camino, compungido y confuso, hasta su casa. El tío Perico, queridos amigos, muy bien pudo ser mi abuelo.

Pascual Pérez




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